Epitafios y últimas palabras

EPITAFIOS Y ÚLTIMAS PALABRAS

‘No es que tenga miedo a morir. Sólo que no quiero estar allí cuando ocurra’. Woody Allen



Nacen, crecen, se ríen y mueren

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De una pedrada o haciendo el amor. Atragantado con un palillo o de miedo. La forma de morir se elige pocas veces pero, si yo tuviera que quedarme con una, sería de esta singular manera: riendo.

Zeuxis, por Aert de Gelder (Städliches Kunstinstirut. Francfort).
Wikipedia registra numerosos decesos de esta guisa. Así le pasó al adivino de la mitología griega Calcante (también llamado Calcas). Una versión acerca de su final dice que un adivino profetizó la fecha de su muerte. Cuando llegó el día señalado, Calcas vio que la predicción no se materializaba y le entró un severo ataque de risa que provocó que muriera asfixiado. 

El pintor griego Zeuxis hizo lo propio hacia el año 398 (a. de C.), cuando recibió el encargo de una rica viejecita de pintar un retrato de Afrodita, la diosa griega del amor, la lujuria, la belleza, la sexualidad y la reproducción, con la condición de ser ella, la vieja, la modelo que posara para tal obra. El pintor murió de una asfixia risible ante la descabellada proposición.

Riendo también murió, en el siglo III a. C., el filósofo griego Crisipo de Soli, quien no pudo soportar la risa que le causó ver a su burro intentar comer una planta después de haberle dado de beber vino. El pulso se le aceleró de tal manera que le provocó un colapso. Y Martín I de Aragón, llamado El Humano, hizo honor a su apodo con esta peculiaridad tan prosaica que es la de morir, en su caso por una indigestión combinada con ataque hilarante en 1410. Poco más de un siglo después, en 1556 terminó la vida del gran pornógrafo Pietro Aretino, que cayó de espaldas a causa de una apoplejía causada por risas incontrolables cuando su hermana le contaba un relato erótico.

De risa murieron, asimismo, el rey birmano Nandabayin, cuando supo que Venecia era un estado libre que no tenía soberano, y el aristócrata escocés Thomas Urquhart, traductor de Rabelais, que se despidió de este mundo a carcajada limpia al enterarse, en 1660, de la coronación de Carlos II. En 1782, una tal señorita Fitzherbert, que asistía a la puesta en escena de La ópera del mendigo, fue movida a risa por cierta escena, hubo de ser sacada del teatro, pasó toda esa noche debatiéndose entre dolorosas carcajadas y expiró la mañana siguiente. 

En tiempos más modernos, en 1973, falleció en pleno ataque de risa el genial músico de Jazz Charlie Parker. Charlie estaba refugiado desde hacía varios días en la casa de la baronesa Nica de Koenigswarter, amiga suya y protectora de muchos boopers. El doctor que firmó el acta de defunción dejó escrito que el cadáver pertenecía a un varón de aproximadamente sesenta años... aunque él sólo tenía treinta y cinco.

                                  

Y tres casos más: en 1975, el albañil inglés Alex Mitchell falleció a los 50 años de edad mientras miraba por la televisión un episodio de la serie The Goodies. Después de veinticinco minutos de risa continuada, Mitchell finalmente se derrumbó en el sofá y murió como consecuencia de un ataque cardíaco. Su viuda le envió después una carta a los Goodies agradeciéndoles por haber hecho que los últimos momentos de vida de Mitchell hubieran sido tan agradables. La historia se repitió en 1989 con el otorrino danés Ole Bentzen, quien debe su fallecimiento a la película A Fish Called Wanda (Un pez llamado Wanda). Y no me extraña. Su corazón, se estima, alcanzó un ritmo de 250 a 500 latidos por minuto, antes de que sufriera un ataque cardíaco.
'A fish called Wanda' (Charles Crichton, 1988).

En el 2003 Damnoen Saen-um, un vendedor de helados tailandés, se murió de risa mientras dormía a la edad de 52 años. Su esposa lo intentó despertar pero no tuvo éxito y, finalmente, tras dos minutos de risa continua expiró. Se cree que murió a consecuencia de un ataque cardíaco o por asfixia. 



Fuentes: portalnet.cl, Wikipedia, blublu.org, eldibujante.com, apoloybaco.com y Youtube.