Epitafios y últimas palabras

EPITAFIOS Y ÚLTIMAS PALABRAS

‘No es que tenga miedo a morir. Sólo que no quiero estar allí cuando ocurra’. Woody Allen



'Eva se va'



En vida, su ambición y su pasión generaban tanto amor como odio. Pero Eva Perón, Evita, la humilde actriz devenida en primera dama de Argentina y aupada al rango de santa por los pobres, sigue siendo venerada por unos y vilipendiada por otros a casi 6 décadas de su muerte, precipitada por un cáncer de útero que la destruiría físicamente. 


El 7 de mayo del 52, día de su cumpleaños número 33, Evita pesaba 37 kilos. Dos meses después, el cáncer le provocaba unos dolores que obligaban a tenerla sedada con morfina todo el tiempo. Dormitaba la mayor parte del día, vigilada por algunos de sus familiares más próximos y por su médico. Su marido se negaba a estar con ella. 

A las 11.00 horas del 26 de julio de 1952 su hermana Elisa fue a reemplazar a su otra hermana, Blanca, junto a la enferma. La madre salió un momento de la habitación. 
-«¡Pobre vieja!», suspiró Evita. 
-«¿Por qué pobre? ¡Si mamá está muy bien!», replicó Blanca. 
-«Ya sé. Lo digo porque Eva se va». 
Fue la última frase que pronunció. Se quedó dormida y se fue apagando lentamente hasta que su corazón dejó de latir. Ese día nació un mito que Argentina jamás olvidará. El Gobierno ordenó luto por tres días, y la radio, cada vez que daban las 20.25, anunciaba la hora añadiendo: “Es la hora en la que Eva Perón entró en la inmortalidad”. 


Su muerte significó el inicio de la decadencia del régimen peronista, que tres años más tarde fue derrocado por un golpe militar. Para evitar el peregrinaje popular a su tumba, los militares secuestraron y trasladaron el cadáver de Eva Perón a Italia y más tarde a España. En 1975, el gobierno de la presidenta del país, la que había sido la tercera esposa del general, María Estela Isabel Martínez de Perón, llevó de nuevo a Argentina los restos mortales de Eva Perón. En 1976, por fin acabó en las manos de sus hermanas, quienes la enterraron en el cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires.

Éste es el último discurso de Evita, ya muy enferma, sin embargo tremendamente emotivo y elocuente.