Éstas fueron las últimas palabras del pintor Diego Rivera: 'Al contrario, bájala…' Era un 24 de noviembre de 1957, y él contradecía a su interlocutora, en este caso, su enfermera, como era su costumbre, cuando ésta le preguntó si quería que le levantara la cama, donde se encontraba confinado tras varios meses de lucha contra el cáncer pulmonar que le habían detectado un año antes. El estudio donde solía trabajar día y noche estaba impregnado de Frida Kahlo. La recordaba con la misma pasión que antaño. Emma Lou, la enfermera, lo cuidaba con ternura y amor, pero el pintor se encontraba sumergido en sus recuerdos.
Tres largos años habían pasado desde la muerte de Frida y Diego esperaba la propia. Las cartas entre el matrimonio revelan la profunda admiración que se profesaron mutuamente, la retroalimentación constante entre ellos y el respeto por sus individualidades.
Admirado y criticado hasta el paroxismo, el genio pictórico de Rivera marcó una época en la historia plástica de América, intensa y grandiosa en fuerza expresiva, de oficio total, de símbolo de un período, de búsqueda de raíces autóctonas, de sumergimiento en las realidades de su México natal.
Apasionado, ardiente en la pintura y en la polémica, fueron inconfundibles su enorme presencia física y la desbordante personalidad de pintor. Fanfarrón y excéntrico, el gran muralista afirmó en una ocasión haber comido carne humana en uno de sus viajes. El voluminoso y zángano marido de Frida Kahlo dijo haber comido senos femeninos, y juraba que tenía una receta para hacer que las nalgas humanas quedaran tiernas en un sabroso estofado. Algunos allegados de Diego luego afirmaron que se trataba de una broma macabra del pintor, pero la sombra de la duda quedó flotando en el aire.
Sin embargo, más allá de la anécdota, se le recuerda porque llevó el conocimiento de su país a los más apartados rincones de la tierra; e influyó con su estilo a un buen número de artistas del nuevo continente.